Y así cayó la noche,
sutil, de ese glorioso dos de junio
la hora no la
recuerdo, sólo atesoraba en mí: júbilo
Yo pensaba, más bien,
consideraba que sería un día más…
veinticuatro horas
más que finalizarían en la rutina trillada.
Pero cronos, el dios
del tiempo, dándome una extrañeza…
más bien, un gran
presente de la noche con su séquito de astros.
Así llegabas
tú-Mujer- a este corazón asolado, mermado de esperanza alguna
Oh mujer, irrumpes en
el cardio mío, tal cual las olas a la arena.
Sabes? existió un vacío colosal en este corazón.
Orificio que, errando,
concebí se puede reparar con la sola razón,
Pero no; porque no
hay mejor aliciente que el amor que da sazón a la vida.
le da sentido a nuestra
existencia el amor de eros para con el prójimo.
Tu mirada era
indiferente, pasaba desapercibida hasta antes de esa noche
pero a partir de
ella, fuiste parte de mi esencia, de los anhelos imprescindibles.
Mujer, mi deidad. ¿Por
qué has surgido dentro de mi corazón y alma?
Sabrás que: te vi
llegar y me estremecí; hoy encuentro tu corazón y me doy a él…
Fuiste a partir de este
instante, para mí, lo que para el quijote es dulcinea…
encuadras,
sobremanera, en la mujer que he estado buscando tenazmente.
Sólo ocupaba afianzarme
a ti, con la fuerza del amor, contigo mujercita…
Tuviste, en ese entonces, mujer
de mis desvelos, atado tu corazón al mío…
En aquellos días, de
dicha, sólo guardaba para ti las caricias, los besos…
Nunca pensé
transformarme en un escritor de idilios, sino hasta que te hallé:
Allí estabas tú-cariño mío- callada, siempre
linda; esperando, en adviento, por mí.
El destino nos ha
reunido, como hojas que el viento ha atraído.
Mario Polanco Santos
20/06/15
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