Somos
transeúntes por este mundo,
Peregrinos
del planeta, viajeros…
En
el vaivén de la vida, tropezamos
Y
en veces nos levantamos.
Pero
no olvidamos, no superamos…
Somos
como alfalfa, todo lo absorbemos
Sí, lo bueno
y lo malo, pero en demasía lo perjudicial.
Y damos
desapercibidos nuestros orígenes…
No hay mejor
lugar que, decía el sabio, estar alejado…
A kilómetros
de la civilización, de la urbanización,
A años luz
del estrépito infinito, incesante…
Del vértigo
de la metrópolis, de la preocupación.
Por tanto,
heme aquí frente a la naturaleza,
Mirando las
constelaciones vis a vis, sin perder detalle,
Tal cual
mirada de hito en hito…
Sintiendo el
viento, envuelto por el aroma a arrabal.
Y la noche
nos envolvió, entre pláticas, risas y sueños…
Tal cual la
luna acoge a su planeta: ella sale a su encuentro.
La lumbre, el
calor del fuego vivo, nos mantuvo seguros.
Y en la
noche, todo ha sido silente: paz sin precedentes.
Al alba, el
gran sol, ha salido a deslumbrarnos…
Y la orquesta
de pajarillos, y demás animales, entonan juntos.
Siendo que su
estrépito es estrambótico, extraño, pero loable.
Pero nada se
equipara a la paz, el silencio, el viento que yace en medio de la selva.
Mario Polanco Santos
16-01-2015
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